Te escuché hablar, amigo mío,
y la gente enloqueció
con tus palabras.
Crecieron en sus ojos
las llamas de la aventura
con el cuento que les relataste.
Pero a pesar del hechizo,
de hundir suave y profunda
la hoja en la masa expectante,
de ser espejo de sus muecas,
de que estuviste con ellos,
el pueblo, como los viejos perros
de una calle húmeda y fría,
tiene la boca abierta
para el que les da comida.
Y escribo: Esa es tu lucha.
Por la algarabía,
no por el viaje.
El viaje está lejos todavía.