Al trabajar voy dejando la basura a un costado del escritorio, lejos de donde mantengo mi espacio de acción. Luego me paro, tomo los desperdicios y los llevo al basurero. A veces se acumulan en los bordes de la mesa. Las bandas prepicadas de las hojas, las migas de goma, los pedazos de mina. Me paro y vuelvo a sentarme, ahí los veo.
Así mismo quedarán los desperdicios en los rincones de la casa. En las esquinas de las calles. En los márgenes de la ciudad. En los bordes de los ríos. Y se hace costumbre. ¿Quién podría culpar a los que olvidan su basura en la calle como derecho de una ciudadanía educada en la costumbre de la casa? No se puede atrapar a una la serpiente por la cola sin saber a dónde mira la cabeza.