Son dos niños. No creo que alcancen los veinte años. Ella está sentada, mientras custodia con celo una mochila de campamento entre sus piernas. Él se para cerca de ella y desenfunda su guitarra. Advierte que lo que escucharemos será «música gitana». Sin más, comienza a rasgar las uñas en el instrumento. Tiene la voz desgarrada y mueve la cabeza mirando hacia arriba, con la boca abierta, cuando entona las canciones. Me recuerda esos cuadros en que los personajes miran el cielo piadosamente. Como pidiendo algo, en éxtasis, tratando de llegar a otro lugar, de irse de este mundo en un viaje religioso. Así mueve la cabeza. Baila un poco, también, al tocar. Hace unos pasitos con los pies. Como caminando pero en el mismo lugar. Marcando el paso, igual como cuando nos enseñaban a marchar en el colegio. Ella también mueve el pie, siguiendo el ritmo de la canción. Lo mira de una manera afectuosa. No sé bien si su mirada es auténtica. Porque se parece a esas miradas desencantadas, cansadas, que se camuflan en la aceptación. Una de esas miradas que se hacen sabiendo que te están observando. A veces, las personas, sobre todo los adolescentes, miran así. Leer más “Músicos en la micro”